Diez artistas de varios continentes presentan hasta el 6 de septiembre en Londres sus “paisajes de la mente” a modo de otras tantas instalaciones que se extienden como un rizoma por las distintas salas de la galería Hayward.
Metafóricamente titulada “Walking in My Mind” (Caminando por el interior de mi cerebro), la exposición explora a través de distintos medios y soportes artísticos los mecanismos internos del cerebro humano.
Como explica uno de ellos, el suizo Thomas Hirschhorn: “Mi obra está concebida como un espacio mental…quiero crear, a través de mi obra, un diálogo o una confrontación en la mente de la otra persona”.
Y de este artista nacido en Berna en 1957 es una de las instalaciones más interesantes de la exposición: consiste en un laberíntico e irregular complejo de túneles y cuevas de cartón recubierto de cinta adhesiva como la utilizada en los paquetes.
Parece evocar las cuevas excavadas en los Alpes suizos para servir de refugios antiaéreos: parte de los túneles están empapelados de fotocopias de obras filosóficas o sociológicas, y pueden verse en ellos relojes, latas vacías, libros atados a cartuchos de dinamita y grupos de maniquíes humanos conectados a cables que salen del techo.
Cada una de las cámaras de que consta el complejo corresponde supuestamente a los cuatro lóbulos en los que se divide la corteza cerebral.
El cerebro está también bien visible en las imágenes del “Studio Wall Drawing” del premio Turner británico Keith Tyson (1969), que muestra ese órgano en medio de una especie de paisaje apocalíptico, combinado con la escultura de un niño.
El japonés Toshimoto Nara, nacido en 1959, ha creado una instalación consistente en una especie de casa alpina que reproduce en miniatura el estudio del artista y en cuyo interior pueden verse todo tipo de juguetes y esos dibujos de niñas de ojos enormes que son su imagen de marca.
Su compatriota Shiharu Shiota (1972), residente en Berlín desde 1996, presenta también un túnel, pero muy distinto del de Hirschhorn: el suyo es como una enorme maraña de hilo negro en cuyo centro, como en una especie de capullo gigante, parecen flotar varios abultados vestidos blancos.
La segunda artista japonesa representada es la veterana Yakoi Kusama (1929), una de las más destacadas representantes de la vanguardia de su país después de la Segunda Guerra Mundial, quien ha descrito sus creaciones como una expresión de su “enfermedad mental”.
Para su instalación, que ocupa una gran sala de la galería y se extiende por la terraza del edificio e incluso por algunos árboles del paseo junto al Támesis, Kusama ha recurrido a círculos o lunares blancos sobre un fondo rojo uniforme.
Ese mismo patrón se repite en unos enormes boliches inflables que la artista ha dispuesto en varios lugares de la sala, en la terraza, cubierta por un césped artificial de un verde luminoso, y en los troncos de los árboles.
En la instalación “Extremidades: suave, suave)”, de la artista suiza Pipilotti Rist (1962), las proyecciones de partes del cuerpo humano -un pie, una mano, una oreja, un pecho de mujer, un pene- parecen flotar en el espacio como puntos luminosos en una discoteca mientras una voz femenina susurra en la oscuridad frases repetidas.
El estadounidense Jason Rhodes ha deconstruido por su parte el cerebro de un artista en una enorme y aparentemente caótica instalación que combina cubos iluminados de varios colores, escaleras, una tabla de planchar, troncos, un tren de juguete, varios televisores, fotos pornográficas y un enorme mecanismo que reproduce el funcionamiento del sistema digestivo.
Los otros dos artistas representados son el holandés Mark Manders (1968), con su inacabado proyecto “Autorretrato como Edificio”, el sueco Bo Christian Larson (1976), que ha ocupado una escalera con elementos surrealistas, y el escocés Charles Avery (1973), que se ha inventado una isla con sus habitantes, sus costumbres, su mitología, su topografía y su historia natural.