Como suele ocurrir en televisión, el Festival de la Canción de Viña del Mar esconde entre bastidores algunas de las más curiosas escenas, como las peleas entre las candidatas a reina, sus desnudos en la sala de prensa o los despistes y tropiezos de más de un periodista.
El certamen, cuya 49 edición culmina hoy, ha congregado desde el 20 de febrero a unos 650 reporteros, pertenecientes a 280 medios de comunicación, 70 de ellos internacionales, que han convertido esta turística ciudad chilena en un gigantesco plató por el que se pasean estrellas, famosos y conocidos.
Para alcanzar esa popularidad, muchas jóvenes buscan alzarse con la corona que las acredita como Reina del festival, un galardón que se esfuerzan por lograr como sea, incluso posando en tanga y sujetador en la sala de prensa, mientras los comunicadores hacen vanos esfuerzos por concentrarse en su trabajo.
Pero la competencia es ardua y algunas no aceptan el resultado de la elección. Después de la coronación de la maniquí colombiana Pilar Ruiz Dufay, la modelo argentina Rocío Marengo se cruzó con ella en el pasillo del hotel donde se celebraba un almuerzo para la prensa y la zarandeó para intentar quitarle la diadema plateada.
También entre los periodistas hay disputas por sacar la mejor foto o formular la pregunta más avezada, aunque algún reportero peruano recibió un abucheo por interrogar a Miguel Bosé sobre el conflicto marítimo que enfrenta a Chile con ese país vecino, una pregunta que el español se tomó a broma.
Los reproches también sonaron con fuerza cuando un periodista volvió a preguntar a los puertorriqueños de Calle 13 sobre un detalle de su concierto que justo acababan de responder, algo que se había repetido días antes durante la rueda de prensa de Earth, Wind and Fire, que estuvo unos minutos interrumpida por un corte de luz.
Calle 13 se enfrentó también a obstáculos técnicos y protocolarios, ya que acabada la retransmisión televisiva de su concierto, ni el grupo ni el público de la Quinta Vergara querían abandonar el anfiteatro, y el vocalista pidió una y otra vez que volvieran a conectar el equipo de sonido para continuar cantando.
La fiesta siguió, ya con el escenario casi a oscuras y una atmósfera embriagadora que el cantante, conocido como Residente, había forjado durante toda la noche con varios gestos de complicidad, como cuando decidió tirarse al palco para abrazar a sus seguidores o cuando les lanzó su camiseta y sus zapatillas.
Una de ellas llegó a manos de un fotógrafo, que posó encantado con el trofeo y se convirtió en el centro de los flashes de sus compañeros, que también plasmaron el momento en que los carabineros se llevaron a un espectador que bailaba emocionado con la música del inglés Peter Frampton.
Los espontáneos también subieron al escenario; fue el caso de una joven que saltó los controles de seguridad y alcanzó el plató para abalanzarse sobre el mexicano Marco Antonio Solís, que durante su concierto recibió un aluvión de peluches y una oleada de gritos de histeria.
Sus incondicionales, en su mayoría mujeres, habían llegado preparadas con todo tipo de carteles y recuerdos del artista, que se vendían en los alrededores de la Quinta Vergara, donde en cada esquina se encontraba una persona para adquirir o comprar entradas de reventa a los transeúntes.
Esas escenas forman parte de la cara oculta del festival de Viña, donde la gente se agolpa a las puertas de los hoteles para ver pasar a sus artistas favoritos, que se alojan en reputados hospedajes, como el O’Higgins, que tuvo a Bosé entre sus clientes, o el Sheraton Miramar, que reservó para la canadiense Nelly Furtado su suite presidencial.
Fuente: EFE