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Son tres colegialas japonesas que comparten escenario en festivales de todo el mundo con grupos de apariencia tenebrosa como Iron Maiden, Kiss o Marilyn Manson, y han logrado conquistar desde a amantes del pop hasta a puristas del heavy metal.
Babymetal nacieron en 2010 como una quimera de la industria musical nipona y se han convertido en un fenómeno global sin precedentes para un grupo “aidoru” (del inglés “idol”, ídolo), gracias a su insólita mezcla de melodías azucaradas y coreografías cándidas con una salvaje base instrumental.
Con su estética “kawaii” (adjetivo nipón traducible como “mono” o “tierno”) y una mitología propia inspirada en el sintoísmo, son una rareza en cualquier festival internacional de música, y llaman aún más la atención en los circuitos del rock y sus vertientes más extremas, donde su popularidad se ha disparado.
El trío de menudas japonesas de entre 16 y 17 años actúa este verano en mecas del metal como el Rock on the Range (EE. UU.) o en los históricos festivales de Reading y Leeds (Reino Unido), fueron teloneras de la diva del pop Lady Gaga en 2014 y acumulan 32 millones de visionados en Youtube con su clip “Gimme Chocolate!”.
La clave de su fulgurante estrellato radica en que “han sabido capitalizar su éxito viral e internet y lo han acompañado de unos potentes espectáculos en directo”, según explica a Efe el periodista especializado en música nipona Patrick St. Michel.
Babymetal aportan “algo fresco al género del heavy metal” y logran “un equilibrio justo entre este género y el pop, aderezado con estribillos muy pegadizos”, una combinación que “consigue atraer a fans más allá del típico espectro del J-pop (pop japonés)”, señala el experto.
“¿Es metal? ¿Es una locura? ¿Es real?”, se pregunta por su parte la revista especializada británica “Metal Hammer” en su último número, cuya portada dedica a Babymetal.
Esta publicación de referencia en el género les concedió el premio al Artista Revelación 2015, mientras que su competidora “Kerrang!” les otorgó el galardón anual al “Espíritu Independiente”.
Al igual que sucede con otras formaciones manufacturadas por la poderosa industria musical nipona, las tres chicas de Babymetal son sólo su rostro visible y no se encargan de la composición musical ni de las letras.
Su-metal, Yuimetal y Moametal -sus nombres artísticos- figuran como vocalistas y bailarinas del grupo, y para encontrar a los artífices de su intrincado sonido hay que escarbar en los créditos de sus álbumes, donde aparecen en letra pequeña muchos de los productores nipones más cotizados del rock y de la electrónica.
Sobre el escenario, las tres adolescentes cantan y despliegan su enérgico espectáculo mientras en segundo plano y disfrazados de fantasmas y esqueletos toca un grupo de tres guitarristas, dos baterías y un bajista, todos ellos con una amplia trayectoria en bandas niponas.
El trío suele actuar ataviado con coletas, corsés y hombreras de cuero y tutús rojos, además de parafernalia rockera como las pulseras y los collares de púas, mientras que en sus clips aparecen también de colegialas, con kimono o con máscaras de zorro, un animal venerado en el folclore nipón.
Este mamífero cuenta con poderes sobrenaturales como la capacidad de transformarse en mujeres jóvenes y atractivas, según la mitología japonesa, que lo considera también un guardián de la naturaleza y mensajero de los dioses.
En cada concierto, Su-metal, Yuimetal y Moametal son “poseídas por el Dios Zorro” y pierden la conciencia de lo que sucede sobre el escenario, según afirman en entrevistas y en sus frecuentes apariciones en la televisión nipona.
Más allá del debate sobre su estilo musical, sobre su autenticidad o sobre lo meritorio de su éxito, Babymetal son la muestra de que Japón “puede producir formaciones musicales únicas, capaces de trascender las audiencias nicho para las que fueron concebidas”, señala St. Michel.
“El Gran Dios Zorro eligió a tres chicas y les encargó la misión de unir al mundo a través del heavy metal”, profetizaba el vídeo de presentación del grupo durante su último concierto en Japón, en el festival Summer Sonic, ante una entregada audiencia de 110.000 personas.
Crónica de Antonio Hermosín / EFE