La preocupación por conservar y catalogar el Patrimonio Inmaterial fue planteada por primera vez por el Estado boliviano en 1973.
Desde ese momento se llevaron a cabo múltiples reflexiones y reuniones que culminaron con la entrada en vigor, en abril de 2006, de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, impulsada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2003.
Según la Convención, el Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI), también conocido como “patrimonio vivo”, se manifiesta en las tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo de transmisión; las artes del espectáculo (música tradicional, danza y teatro); usos sociales, rituales y actos festivos; conocimientos y costumbres relacionadas con la naturaleza y el universo, y las técnicas artesanales tradicionales.
Todo ello compatible con la tolerancia mutua entre las diferentes comunidades y el respeto a los derechos humanos. Además, en esta definición se incluyen el espacio físico donde se desarrollan estas tradiciones, conocido como espacio cultural, y los instrumentos, objetos y artefactos inherentes a las prácticas y expresiones culturales.
Otro aspecto importante del patrimonio inmaterial es su vitalidad intrínseca, dada su capacidad de ser recreado continuamente por comunidades, grupos o individuos en función del medio ambiente, su historia y su relación con la naturaleza y el desarrollo sostenible.
La rápida transformación social, el desarrollo desmedido y el actual proceso de globalización, que trae de la mano un mundo cada vez más uniforme, ponen en peligro la supervivencia de comunidades, en especial indígenas, depositarios, en buena parte, de estas tradiciones.
Durante este largo camino hubo pasos importantes como la recomendación de la UNESCO sobre la salvaguardia de la cultura tradicional y popular, de 1989.
La recomendación, que no tenía carácter vinculante, no tuvo un gran alcance aunque fue un aldabonazo de la necesidad de conservar y mantener estas tradiciones.
En 2001, la XXXI reunión de la Conferencia General de la UNESCO, decidió orientar sus esfuerzos hacia la elaboración de un nuevo instrumento normativo, preferiblemente, una convención. En esta reunión se confeccionó la primera lista de Obras Maestras del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
El texto del anteproyecto de la Convención fue enviado al Consejo Ejecutivo de la UNESCO en septiembre de 2003 y éste recomendó a la Conferencia General la adopción del texto como Convención de la organización, lo que ocurrió en la XXXII reunión de la Conferencia General, el 17 de octubre de 2003.
Inspirada en el éxito alcanzado por la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, en los años 2001, 2003 y 2005 se realizaron tres proclamaciones de obras maestras del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad.
En total han sido proclamadas 90 obras maestras en 107 países diferentes (algunas de las proclamaciones son compartidas por varios países).
China, con cuatro obras maestras (una de ellas junto a Mongolia) encabeza esta lista seguida de la India, Corea del Sur y Japón, con tres cada uno.
España cuenta con dos tradiciones incluidas en el catálogo de Obras Maestras del Patrimonio Inmaterial: el “Misterio de Elche”, proclamada en 2001, y “La Patum de Berga”, en 2005.
La primera es una representación religiosa de raíces medievales, escrita en idioma valenciano y representada ininterrumpidamente desde mediados del siglo XV en la ciudad de Elche (Alicante).
“La Patum de Berga” es una fiesta popular que se celebra cada año durante la semana del Corpus Christi. La tradición tiene su origen en las procesiones celebradas en la Edad Media, y consiste en representaciones teatrales y desfiles de personajes variados por las calles de la localidad barcelonesa de Berga.