Por Ricardo Arturo Ríos Torres
Desde mi niñez tuve la orientación religiosa de mi abuela Marcelina. La Semana Mayor era de abstinencia y recogimiento, no entendía muchas cosas, algunas me asustaban, también me molestaba que no podíamos jugar ni siquiera escuchar la radio. Me entretenía eso de visitar las iglesias de los barrios de San Felipe y Santana, pero no me gustaba que cubrieran las imágenes con “sábanas” de color lila (luego con “El ensayo de la ceguera” de Saramago, recordé esas vivencias).
Hoy le agradezco a mi abuela Marcelina que levantó en mí, un templo de constancia y perdón. Respeto y tolero la fe de otros, la religión es un proceso de internalizar un modo de vida, no creo en estereotipos, a veces soy agnóstico pero la presencia de un arquitecto del universo se me manifiesta de distintas maneras.
La Semana Mayor es una paradoja de múltiples contrapuntos, la traición nos lleva al sacrificio de la Cruz, surgen dudas y cobardías, las mujeres que siguen a Jesús son más fuertes, no temen dar la cara, viene la entrega de la vida y surge el AMOR al ser humano, se ama a los marginados, a los esclavos, a los desposeídos. Se proclama la humildad como fundamento de la solidaridad, el espíritu contestario crea una legión de mártires, es el comunismo sin ideologías aberrantes (así lo proclama Cervantes en el discurso de la Edad Dorada por El CABALLERO DE LA JUSTICIA, ver “La magia del Quijote”).
Es el momento de reflexionar, de ser uno con los otros, sobre todo con los que no tienen voz. Es el momento de los renunciamientos, dejar a un lado tantos egoísmos y prejuicios, encarar con valor nuestras debilidades, de “aprender a cargar y morir en la cruz todos los días”, tal como lo enunció en una ocasión José Martí. Es el momento de humanizarnos de vernos sin caretas en el espejo de los otros.
Hoy tengo más que nunca conmigo, la presencia de mi abuela Marcelina, era analfabeta no tenía títulos que ostentar, pero su sencillez, humildad y convicciones son los pilares de lo que soy, uno más al estilo de Virgina Woolf… “navegando en esa extraña multitud, arráncandome una de mis pieles vitales”.