El poder de las palabras queda demostrado en el relato autobiográfico “Un hombre corriente”, de Paul Rusesabagina, que logró salvar la vida de 1.268 personas durante los tres meses que duró el genocidio de Ruanda en 1994, teniendo como única arma su propia capacidad de diálogo.
El 6 de abril de 1994 será una fecha que se grabará en la historia de Ruanda como el inicio de una locura colectiva que durante cerca de tres meses llevó al exterminio casi absoluto de la etnia minoritaria, los tutsis, a manos de sus vecinos hutus.
Alrededor de un millón de personas entre hombres, mujeres y niños murieron, pero las secuelas de la masacre son todavía hoy visibles, ya que muchos de los supervivientes sufrieron la amputación de algún miembro a consecuencia de que el arma que mayoritariamente utilizaban los asesinos era el machete.
En Ruanda las palabras proferidas por ideólogos extremistas del llamado Poder Hutu sirvieron para promover un genocidio considerado como el más “eficaz” de la historia si se tienen en cuenta el número de víctimas y la duración en el tiempo de la masacre.
Pero a su vez, sirvieron para salvar la vida de más de un millar de personas que se refugiaron en el Hotel des Mille Collines durante 100 días y que lograron escapar de los machetes sólo gracias a que Rusesabagina supo negociar en el momento y en el modo adecuado.
Su historia se dio a conocer en todo el mundo gracias a la película “Hotel Ruanda”, en la que se refleja la agonía que supuso para tutsis y hutus moderados permanecer encerrados sin saber cuál sería su fin, y con las milicias y el ejército cercándolos.
En una entrevista concedida a Efe, Rusesabagina explica que “se decidió a contar su historia de primera mano al ver que tanta gente hablaba de ella”, a lo que añade que “existía una necesidad de que contara lo sucedido en el Mille Collines enseguida”.
Pero a pesar de esa presión por parte de medios de comunicación e investigadores, Rusesabagina justifica sus casi once años de espera en el hecho de que “tras el genocidio estaba muy cargado de ira y de rabia y por eso no era el momento”.
Ruanda es descrita por este hombre como “un país con muchas colinas y precioso”, y los ruandeses, al menos hasta antes de 1994, como “gente buena y con buen corazón”, aunque tras todo lo vivido reconoce que sus compatriotas le han “decepcionado”.
La decepción no obstante no quedó limitada a sus vecinos y amigos, sino que se extendió a toda la comunidad internacional, que cerró los ojos ante lo que estaba sucediendo.
Rusesabagina se pregunta “cómo se puede calificar a una comunidad internacional que decidió abandonarles y que les dio la espalda”, y a los representantes de la cual vieron huir corriendo.
En cuanto a la ONU, recuerda que envió 25.000 soldados mientras hutus y tutsis negociaban un tratado de paz en los meses previos al genocidio, pero que cuando éste se desencadenó y un grupo de soldados belgas fueron asesinados, “éstos se fueron, seguidos por los ingleses y los americanos”.
A diferencia de muchos que han pasado por experiencias traumáticas que prefieren callar e intentar olvidar, este “héroe”, como muchos lo han calificado, asegura que hablar de lo sucedido “una y otra vez, y otra, y otra es la mejor terapia”.
“Creo en el dialogo porque cuando hablas compartes lo que has vivido, lo que hemos atravesado que es un carga muy pesada y si uno quiere liberarse debe compartirlo”, asegura.
A pesar de todo, Rusesabagina se muestra optimista con el futuro porque “los ruandeses están cansados de todo lo que han vivido a lo largo de su historia, a mucha gente le gustaría sentarse alrededor de una mesa y establecer un diálogo y un plan de reconciliación”.
Se refiere al Comité de Reconciliación y de Verdad creado en Suráfrica como ejemplo a seguir por su país, y asegura que si bien es cierto que existe un fuerte sentimiento de odio en Ruanda, éste “siempre ha sido creado por los líderes”, con el objetivo de mantener su posición de privilegio.