Por: tON0
Me paro de la cama y siento el peso inmenso de la culpabilidad. Me caigo… El piso, inmutable (y real?) , me salva del vacío infinito.
Hay varias culpabilidades esenciales. La culpabilidad por hacer; la culpabilidad por ser. La culpabilidad por no hacer; la culpabilidad por no ser. Cuál de todas me atormentará con más fuerza? Cuán culpable puedo llegar a ser?
La culpabilidad es cómplice de la fatalidad. Hay cosas contra las cuales no estamos preparados para luchar, ganar o entender. Si un día mato a alguien por error. Lo atropello una noche oscura en que el caminante (llamémoslo así, caminante. Dejémoslo en el anonimato por razones de salud del alma) no usó el paso peatonal. Cuánta de esa culpa me tengo que ver obligado a cargar? La noche, la oscuridad, el caminante muerto, la industrialización deberían compartir mi culpa. La música que escuchaba y, capaz, me distrajo. Todos son cómplices en culpa. Ojalá pudiese hablar con la noche, con la oscuridad, con el caminante, con la industrialización, con la música. Compartir una culpa de por sí compartida. Pero no hay orejas suficientes para todos. Cómo tampoco hay colas. Será que el que maneja el inventario en la fábrica celestial –donde todo es creado– se quedó corto en orejas y colas?
La cola es símbolo de culpabilidad. La nuestra es invisible pero, aun así, pesa.
El gato es culpable de ser gato; el tigre, culpable; la serpiente, la cola en persona, la culpa en persona. No es ella, la serpiente, acaso la culpable de que seamos lo que somos? Viles. Culpables. Desterrados de por vida del paraíso. Condenados a la malicia, a la perversión, a la culpa. A la manzana.
Dios, si existes, te pido una cola. Necesito cargar con la culpa. Necesito que la culpa se me note.
A los demás, dales orejas.