Un artículo que no deja de ser actual (de la literatura erótica)

Por: Neco Endara

Sé que es raro que se te escape algo interesante, pero, por si las moscas, te mando un viejo artículo (que no dejará nunca de ser actual), sobre la mojigatería que quiere borrar párrafos a la literatura erótica.

CARLOS FUENTES Y Gabriel García Márquez fueron censurados en México por el ministro de Trabajo, Carlos Abascal, que, según una nota publicada por un diario español, se opuso a que su hija leyera en el colegio la novela Aura por considerarla indecente. “Hice valer mi derecho a vigilar lo que lee mi hija, justificó el funcionario.

Las alumnas del aula sometida a censura tienen edades en torno a los 15 años. Igualmente fueron censurados Doce cuentos peregrinos, de García Márquez, también escogidos por la profesora María Georgina Rábago para adentrar a sus escolares en la prosa de excelencia.

Fuentes y García Márquez reacción ante la noticia con sendas carcajadas, y señalaron que la censura “ayuda a vender más libros”.

CUANDO LOS LIBROS SUBEN LA TEMPERATURA

El arte de escribir escenas eróticas en la literatura Andrés Rivera, Griselda Gambaro, Ana María Shua y Angelica Gorodischer, entre otros autores, cuentan cómo imaginan la vida erótica de los personajes de sus libros. El sexo en los clásicos.

Patricia Kolesnicov. DE LA REDACCION DE CLARIN.

“Para escribir una novela erótica no es imprescindible que el autor/a haya perdido la virginidad”, escribe Griselda Gambaro en una especie de decálogo con el que se inicia cada uno de los capítulos de Lo impenetrable, una parodia de novela erótica. “El fin de la novela erótica —dice en otra parte— es la excitación mental del lector”.

El erotismo —dice Gambaro a Clarín— no está tanto en la descripción, un tanto fisiológica; el erotismo está en las palabras. En la literatura erótica se habla mucho de la imposible concreción del deseo, o en la concreción por otro lado del esperado”.

Perseguida o celebrada, leída a escondidas, oculta en los estantes altos de la biblioteca, donde no llegan los niños, literatura erótica ha habido siempre: entre las obras más antiguas están las comedias griegas en las que se cantaban himnos en honor al falo, los poemas de Catulo y el Satiricón, de Petronio. En el Cantar de los Cantares, uno de los textos del Antiguo Testamento, hay versos como éstos: “Oh, si él me besara con besos de su boca!/Porque mejores son tus amores que el vino./A más del olor de tus suaves ungüentos,/Tu nombre es como ungüento derramado;/Por eso las doncellas te aman./Atráeme; en pos de ti correremos./El rey me ha metido en sus cámaras;/Nos gozaremos y alegraremos en ti;/Nos acordaremos de tus amores más que del vino;/Con razón te aman.”

Nunca se detuvo ni la escritura de literatura erótica ni, mucho menos, la aparición de escenas eróticas en la literatura de todo tipo. Es que el cuerpo humano es sensible a las palabras y, por eso, la literatura lo afecta. Puede asustarlo, puede hacerlo llorar. Puede, claro, excitarlo.

Y a los autores? ¿Qué les pasa cuando hacen que sus personajes—seres hechos íntegramente de palabras— hagan el amor, deseen, se frustren, se toquen, miren por un agujerito?

“Cuando escribo una escena erótica es igual que cuando descubro una muerte: la vivo”, dice Andrés Rivera, autor, entre otros, de La sierva. “Cuando me sale bien, tengo ganas de estar ahí”, dice Pedro Mairal, autor de Una noche con Sabrina Love. Angélica Gorodischer —que escribió, en tre otros, Mala noche y parir hembra, detalla: “Siento lo mismo que cuando escribo cualquier otra clase de escena. El lenguaje me tiene agarrada y no me suelta: si todo se cumple, si las palabras van dándoles forma a los cuerpos y voz a lo que está pasando y sabor a los licores y olor a los poros y a las uñas y a los pulsos, me relamo y me froto las manos encantada de la vida y de lo que estoy haciendo”.

Y confiesa: “A veces me río a carcajadas. Si lo que me están preguntando es si me excito, les digo que todo texto propio es erótico, que la relación de quien escribe con su texto es básica, fantasmal, excluyentemente erótica. Pero yo personalmente me mantengo lejos de lo que espero que sienta quien lee, de lo que estoy segura que sienten los personajes”.
Marcelo Birmajer —que tiene entre sus libros Cuentos de hombres casados— cuenta: “Cuando escribo erotismo, fuera de mi literatura habitual, casi siempre es pornográfico y siento un verdadero cuerpo a cuerpo con el texto. Pero se me pasa enseguida”. Ana María Shua —que escribió Los amores de Laurita— juega: “Siento lo mismo que cuando escribo cualquier otra cosa: el placer de la lengua”.

Quizás, como decía Gambaro, no haga falta haber dejado de ser virgen para escribir sobre sexo. Pero de algún lado salen esas escenas.

Pedro Mairal dice que, a veces, eso que escribe son sus fantasías, pero que les salen mejor “las frustraciones sexuales, los fracasos”. En cambio, para Rivera “ningún hombre tiene fantasías, lo que tiene es una imaginación que no se satisface nunca”.

Gorodischer asegura que sus fantasías no las escribe. Y Birmajer, que si cree que lo que está escribiendo se publicará “las fantasías son inventadas y no necesariamente mías”.
Paula Pérez Alonso, autora de No sé si casarme o comprame un perro, separa: “Puedo describir escenas que yo no he vivido personalmente. Los escritores escribimos muchas veces en trance”.

Ana María Shua va al grano: “No escribo mis fantasías masturbatorias. Me resultaría muy desagradable verlas por escrito. Y sin embargo, lo que escribo ¿acaso no es una fantasía mía?”

Andrés Rivera dice que sabe “como se sabe en la vida” en qué momento de un texto viene una escena erótica: “Es otra vida la de la escritura. Hay un momento en que los personajes van a la cama o no van, pero por la circunstancia de ese momento el erotismo les roza la piel. No es necesario el coito, quizás apenas una mirada, las palabras que se dicen o se dejan de decir. Cuando se disipa, los protagonistas de ese clima no saben qué pasó”. Shua revela que la escena erótica llega cuando “los personajes se miran a los ojos y sube la temperatura de la prosa”.

Para Pérez Alonso “no hay nada menos atractivo que cuando uno lee una fórmula o se percibe que ese escritor o escritora se propuso incluirlo como ‘ingrediente’ (un poco de sexo oral, un poco de ambiciones que matan, un poco de malicia, un crimen…) Si es un rasgo o una situación que la trama necesita sale con mucha naturalidad, algunas veces en trance, otras apelando a situaciones vividas”.

Mairal es contundente: “Sé que viene una escena erótica porque ya la tengo planeada”.
Una vez que ya se sabe que ahí va la escena, falta elegir qué se muestra y qué se oculta y cómo se comportarán los personajes: si serán acalorados, apurados, si se detendrán morosamente en cada pliegue.

“Elijo mostrar lo menos posible —dice Gorodischer—. No tengo nada contra la pornografía pero si de erotismo se trata hay que tener cierto respeto por la imaginación de quien lee. Te muestro este pedacito o digo medias palabras de esas densas, cargadas, como envueltas en una nube que reíte de la niebla londinense. Cuanto más brumosas, más escondedoras de todos sus sentidos sean las palabras, más sobresaltador pero también controlado será el erotismo del texto”.

La teoría de Mairal es parecida: “El erotismo tiene que ver con la tensión del sugerir y no mostrar. Tambien tiene que ver con la dificultad de alcanzar lo deseado. Un vestido, cuantos más botones tiene, más erótico. Si un personaje viaja para encontrarse con su amante, entonces cuanto más lejos esté de su amante, cuantos más obstáculos encuentre en el camino, más erótica será la historia”.

Shua dice que todo depende del texto: “El tono manda, devela y desvela. Depende, sobre todo, del efecto de lectura que esté intentando producir. La risa, el horror, el deseo…”.
Rivera también cree que depende del texto, de cómo se haya construido un personaje: “Si el protagonista es un hombre reservado, resultará inverosímil que de pronto se desate como un adolescente. Tal vez no guarde las formas, eso casi seguro. Y tal vez se acerque a actitudes que rozan lo siniestro”.

¿Lo siniestro? Para Rivera, el sexo tiene que ver con el poder. Y eso es lo que muestra: “Alguien está siempre arriba de alguien. Puede ser la mujer: ¡cuántas veces la mujer cabalga sobre el hombre! Eso es un acto de dominación, claro, más allá de la ternura que nace después con las palabras.”

¿Qué es lo que hace que un texto sea erótico? Bárbara Belloc, responsable de varias antologías de textos eróticos, define: “Lo erótico hace de su estatus un truco lo suficientemente elaborado como para pasar desapercibido. Y eso es: lo erótico es lo desapercibido que súbitamente se advierte. El rapto. Lo inquietante. El desacomodo. El sustrato de toda literatura. La fuente de su peligrosidad. Los lectores lo saben: lo que hace de ella un vicio y un placer tan alto como los otros. Por otra parte, si se cree que la literatura erótica se define por los efectos físicos que causa al lector se vive una ilusión, creo yo. En mi caso no hay literatura que no me cause un efecto físico, y más que eso, es claro. Si no lo causa dejo de leer. Porque para prosaica está la vida.”

Domingo 5 de enero de 2003 Año VII N° 2471 / Copyright 1996-2003 Clarín.com