Te cuento un cuento…

Por tON0

La semana pasada, justo cuando alistaba todo para salir a la playa, entre las cosas que hacía falta era un lighter. Aunque le dediqué buenos minutos a mi búsqueda, jamás encontré uno. Obviamente mi mente entró en negación. Estaba totalmente seguro que en algún lado yo tenía un lighter malpuesto o tirado. Con el tiempo corriendo y aún con cosas pendientes más importantes por terminar, el lighter pasó a segundo plano en mis prioridades inmediatas ya que por fuerzas mayores asumí en mi pereza: “David debe tener.”

Al llegar a El Palmar, sucedió la sorpresa. David tampoco tenía lighter. Algo más triste que ver al mar completamente sin ola alguna. Solución#1 para las ganas de fumar: prender cigarrillo con el encendedor del carro. Listo. Solución#2 (ya estando en la playa) pedir lighter al vecino más cercano. Listo.

Rumbo a la casa de mis tíos, nuevamente por fuerzas mayores, esta vez asumimos en nuestra pereza: “En la casa debe haber aunque sea los primitivos fósforos.” Jamás fue así. Solución#1, usada en El Palmar, entró en efecto. Con un poco de ocio, decidimos buscar algunas alternativas que nos llevaron a las siguientes conclusiones: #1 Intentar prender con un cigarrillo una mechita contra mosquitos, es sumamente tedioso. Es posible, pero requiere paciencia. #2 Intentar prender una vela con un cigarrillo, es lo bastante cercano a lo imposible que existe.


Sin la necesidad de “un par o non” o de un “piedra, papel o tijeras” , yo mismo me ofrecí a pegar una caminata hasta la tienda y por fin comprar un puto lighter, el cual resultó ser de color rosadito más gay posible. No me importó, al fin teníamos fuego.

Quince minutos, luego de probar varias alternativas, luego de mi caminata hasta el chino, luego de mi adquisición del lighter gay, David, entre gritos y carcajadas, encuentra un lighter en su maleta. Que leche, no. Bueno, era garantía de que por fuego no nos íbamos a preocupar más. Y así fue durante todo el trip, que duró hasta el día lunes.

Martes. Mis llaves de la casa estaban perdidas. Y en mi pereza asumí que lo más probable era que estaban en el carro de David, aún así, decidí buscarlas en mi maleta. Para mi sorpresa, entre los bolsillos “alternos”, lo imaginable sucedió: encontré un lighter.

Aquí es donde comienza lo raro. Desde ese día, no he parado de encontrarme con lighters en la casa. Dentro de bolsillos de pantalones, debajo de mi cama, escondidos debajo de algún short que tenía tirado en el piso de mi cuarto… Ya hasta el día de hoy, tengo 6 lighters justo arriba de mi tele, todos de la misma marca (BIC), todos del mismo tamaño, pero por casualidad extraña: todos de diferentes colores. Tengo uno morado, tengo uno celeste, apareció uno color azul, uno naranja, uno color blanco y mi favorito, uno color negro.

Tengo miedo. Tengo miedo de llegar a la casa y encontrarme con otro lighter. Sé que no va ser el rosadito gay del trip porque lo puse a viajar por la ventana del carro en algún lugar de la autopista. Basta de lighters. Que yo sepa, nunca he comprado tantos lighters. Qué hacen todos esos en mi casa. Será que soy cleptómano? Será ese mi lado oscuro en los arranques? Asumo que es la única manera que lleguen a mí. Durante las noches, durante algún favor pidiendo fuego. O será que dentro de mí, muy alojado en mi subconsciente, existe una tendencia piromaníaca? Seré cleptomaníaco? Tengo miedo de que esos invasores se rebelen contra mí y decidan quemarme el cuarto en venganza por arrebatarlos de sus dueños.

Prepararé un contraataque. Todo indica que debo dejar de fumar.